lunes, 2 de junio de 2014

Demian

Un nuevo-viejo dios amparando
a sus hijos
La primera palabra que se me viene a la mente al pensar en Demian es «dualidad». El personaje central, Emil Sinclair, se aferra con todas sus fuerzas a un mundo luminoso formado por el hogar, la familia; un mundo límpido que convive junto a otro, tenebroso e inicuo. Sin embargo, la intensa luz se torna mortecina cuando debe pasarse al lado contrario, algo inevitable. Es imprescindible aceptar las tinieblas para encontrarse a uno mismo, y no sólo ésas del exterior, sino también las que moran en el individuo. A Sinclair no le queda más remedio que destruir su entorno idílico para nacer, abandonar una negación impuesta por un código equivocado. El viaje, aun con el apoyo de su enigmático amigo, Max Demian, resulta penoso: las tentaciones que ofrece una vida licenciosa son difíciles de resistir. Lo cómodo reside en el gregarismo, la sumisión, el rebaño, seguir al que sigue aquello que estaba ahí antes del nacimiento, no hacer preguntas, permitir, en suma, que un amo invisible domeñe mediante el miedo.

Hermann Hesse librándose de una
posesión demoníaca
La segunda palabra que visualizo es «heterodoxia». Hesse no debió de divertirse mucho mientras asistía a su férrea educación religiosa, por lo tanto, en Demian enseña una creencia diferente donde se corta el vínculo con lo establecido para crecer: «El pájaro rompe el cascarón. El cascarón es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo. El pájaro vuela hacia dios, el dios se llama Abraxas». Este dios gnóstico posee una interesante característica que lo aproxima a la humanidad: es ambiguo, representa al bien y al mal. ¿Alguien te atemoriza?, ¿te subyuga?, ¿se alimenta de tu bondad? Puedes librarte de él en vez de poner la otra mejilla; Abraxas no es un represor de los instintos. Derrotar al mal con el mal no degrada, pues se trata de una respuesta contundente a la agresión producida por un ser mezquino. Hesse no se queda ahí: también arremete contra la visión negativa de la sexualidad, el sentimiento de sordidez que algunos poseen hacia ella.

El mensaje de Hermann Hesse para
sus detractores
Y la última palabra es «perenne». Esta obra continuará siendo leída en el futuro, porque su atrevimiento va acompañado de una buena historia que, al menos en mi caso, resiste a las relecturas de una forma envidiable. Max Demian es un personaje tan fascinador que daña simplemente con su ausencia; cuando se aleja de Sinclair, no es éste el único que lo echa de menos. Si alguien me preguntase qué tara encontré en la novela, diría —por decir algo— que su brevedad: no me hubiese importado leer unas cuantas páginas más. Ahora bien, Demian va camino de cumplir los cien años; así que la añosa pluma de Hesse será un obstáculo para un determinado tipo de lector, ése que huye de vocabularios ricos y párrafos prolongados. Yo le aconsejaría que hiciese una excepción con Demian, ya que enseña a tener diferentes enfoques, a no dejar que sean otros los que piensen por ti.

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