sábado, 28 de julio de 2012

El androide del futuro; el futuro del androide


Diálogo entre el capitán Jean-Luc Picard y el científico Bruce Maddox en «La medida de un hombre». Star Trek.

Empieza Picard.

—Oficial, usted sostiene que el oficial Data no es un ser sensible, y que no le corresponden todos los derechos reservados a todas las formas de vida dentro de esta federación.
—Data no es sensible, no.
—Oficial, ¿querría informarnos?, ¿qué hace falta para tener sensibilidad?
—Inteligencia, conocimiento de uno mismo, conciencia...
—Demuestre al tribunal que yo soy sensible.
—Esto es absurdo, todos sabemos que usted lo es.
—¿Así que yo soy sensible, pero el oficial Data no?
—Exacto. 
—Ajá..., ¿por qué? ¿Por qué yo soy sensible?
—Pues se conoce a sí mismo.
—Ése es su segundo criterio. Ocupémonos del primero: la inteligencia. ¿El oficial Data es inteligente?
—Sí, tiene capacidad para comprender, para aprender y enfrentarse a nuevas situaciones.
—¿Como esta vista?
—Sí.
—Y el «conocimiento de uno mismo», ¿qué significa eso?, ¿por qué yo me conozco a mí mismo?
—Porque usted es consciente de su existencia y de sus acciones; es consciente de usted y de su propio yo.
—Oficial Data, ¿qué está haciendo ahora?
—Estoy tomando parte en una vista legal para definir mis derechos y situación. ¿Soy una persona o una propiedad?
—¿Y qué está en juego?
—Mi derecho a elegir. Quizá mi propia vida. 
—Mis derechos, mi situación, mi derecho a elegir... Quizá mi vida. Pues... a mí me parece razonablemente consciente de sí mismo. ¿Oficial?
—(Suspiro).
—Estoy esperando.
—Esto... es... extremadamente difícil. 
—¿Le gusta el oficial Data?
—¿Yo?, no lo conozco lo suficiente como para que me guste o me disguste. 
—¿Pero usted le admira?
—¡Oh!, sí, eso es una extraordinaria ingeniería...
—Ingeniería y programación, sí, eso ya lo ha dicho. Oficial, ¿usted ha dedicado su vida al estudio de la cibernética en general?
—Sí. 
—¿Y del oficial Data en particular?
—Sí. 
—¿Y ahora usted se propone desmontarlo? 
—Para que yo pueda aprender de él y construir más. 
—¿Cuántos más?
—Tantos como se necesiten. Cientos, miles si es necesario... No hay ningún límite.
—Un solo Data es una curiosidad, oficial, incluso una maravilla; pero miles de Datas... ¿No sería eso ya una raza? ¿Y no seremos juzgados por cómo tratemos a esa raza? Y ahora dígame, oficial, ¿qué es Data?
—No comprendo. 
—¡Qué es él!
—¡Una máquina!
—¡¿Lo es?!  ¡¿Está usted seguro?!
—¡Sí!
—Ya reúne dos de sus criterios de sensibilidad, ¿y si reúne un tercero?, conciencia incluso en el menor grado, ¿qué será entonces? Yo no lo sé. ¿Y usted?

lunes, 23 de julio de 2012

El tiburón del pantano

Sólo con leer lo que dice abajo, «Fresh 
water. Fresh meat», nos hacemos una idea
de lo que vamos a ver...
Rediós, qué mala es, rediós... ¿Por qué tuve que encender la televisión ese día? ¡¿Por qué?!

He intentado olvidarla por completo, pero aún tengo recuerdos que no logro borrar del todo. La he visto hasta el final porque quería, necesitaba, saber hasta dónde iba a degenerar el guión.

Empieza así: Un sheriff corrupto —sabemos que es corrupto por su expresión de malo—, un lago y un tiburón mutante metido en una especie de camión cisterna. Una mezcla que no augura nada bueno, ¿verdad? Eso sí, no me preguntéis cómo se ha llegado a ella. No lo sé, pero apostaría a que es un disparate. 

El sheriff, que, recordemos, es un tipo malo malo, perverso a rabiar, hace la vista gorda cuando el «pescadito» termina en el lago. Bueno, es sólo un tiburón mutante, enorme, blindado y que devora todo lo que pilla... seguro que nadie se da cuenta...

 Qué postura. «Tranqui, colega, que aquí no ha pasao ná.
Mejor vamos a casa y conectamos la Wii»
Los personajes son variopintos: un asiático con sobrepeso —y, por lo tanto, superinteligente—; un tipo grande y forzudo —aquí tenemos, una vez más, al clásico grandullón noble y crédulo—; una rubia luchadora, valiente, dispuesta a todo —sí, amigos, el guionista pensaba que sería original poner a una mujer de armas tomar en el 2011. Hola, Lara Croft—; y, entre otros que mejor no mencionaré, está el niñato repelente que es novio de la rubia guerrera; es decir, alguien que va ser devorado por el tiburón. El espectador que ve esa escena exclama: ¡Oh!, qué sorpresa...

También son destacables las reacciones de los personajes tras las muertes, o cuando les acechan. Unos afrontan, impertérritos, el peligro, y otros sobreactúan. Ojo al final, no tiene desperdicio.

Aquí vemos cómo un actor, usando el poder de sus ojos, puede
convertir una escena dramática en comedia pura
El desarrollo del filme os lo podéis imaginar: escualo se come a alguien; escena de búsqueda; sheriff alzando los hombros. «Que se los va a comer a todos», «¡Bah!, a mí qué me vas a contar». En medio de todo eso no podía faltar tampoco el grupillo de adolescentes, los cuales, por supuesto, van en busca de la fiesta interminable. En la portada superior hay dos en una barca. Ahora que lo pienso... ¿esa imagen no es un spoiler? ¡Ah! No, no lo es, porque desde el momento en que la parejita decide hacer una excursión en barca por el lago, ya se puede predecir lo que vendrá luego. Muy emocionante.

¿He dicho que el tiburón está mal hecho? A veces, los efectos artesanales —como el tiburón de Spielberg— superan a los digitales. Esta película lo demuestra en los pocos momentos en los que podemos ver al tiburón entero, porque la mayor parte del tiempo es una mísera aleta de goma.

Voy a dejaros un enlace del trailer. Pensadlo bien antes de hacer clic en él, porque vuestra cordura puede correr un riesgo innecesario. http://www.youtube.com/watch?v=nLqoaI_0lNA Dura un par de minutos, pero es más que de sobra porque no sobreviviríais si fuese más largo.

Si no recuerdo mal, esta escena es de las últimas. Prestad
atención al barbudo. Se está desternillando, y no es
para menos. Yo también lo haría si actuase en tal bodrio

martes, 17 de julio de 2012

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas

Un diez al que haya escogido esta
cubierta, no se me ocurre otra mejor
¿Una mezcla de Cyberpunk, novela negra y fantasía? Eso me pregunté tras leer la descripción, porque se trata de algo bastante atípico. Por si fuese poco, son dos historias paralelas: los capítulos impares narran la parte más real, y los pares se centran en la fantástica. La novela puede parecer compleja, pero ambas tramas son amenas y fáciles de seguir. Aunque algunos fragmentos que describen detalles banales pueden confundirse con digresiones, el lector no debe preocuparse: más adelante tienen su relevancia. Y el ritmo pausado de cierto número de escenas no es un impedimento para disfrutar de las mismas, porque las cautivadoras situaciones invitan a continuar. Se trata, en definitiva, de una obra donde la impronta de Murakami es profunda, pues la línea que separa la realidad de la ficción es cortada sin miramientos con unas tijeras afiladas.

Ésta ya no me parece tan buena. Pero
no está mal
Hay en la prosa un par de detalles que no me han gustado: muchos símiles —ya sabéis, los de «era como...»— parecen estar fuera de lugar, transmiten la sensación de no encajar bien; incluso recuerdo haber leído el tópico «oscuro como boca de lobo» en los primeros capítulos. Por supuesto, no todos son así. Lo segundo que tampoco me resultó agradable fue leer párrafos reiterativos, aunque no abundan, por suerte.

También he visto cacofonías, pero es algo común en las traducciones y su número no es alarmante. Podría decirse que la traductora, Lourdes Porta Fuentes, ha hecho un trabajo excelente. Que nadie tenga temor a la hora de comprar El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, porque es satisfactorio en todos los aspectos. Lo del párrafo anterior no ha de ser tomado como algo más grave de lo que es.

Murakami con un colega
En las primeras páginas del libro, un mapa nos muestra cómo es la ciudad amurallada que recorre el personaje de los capítulos pares. Es interesante revisitarlo tras la lectura, y poder así descubrir las rutas por las que se movía para ir de un lugar a otro. Algo parecido a lo que ocurre cuando observamos el de la tierra media, e imaginamos a la compañía del anillo atravesando Moria, por ejemplo.

Criaturas espeluznantes que viven en el subsuelo; luchas clandestinas entre grandes poderes; escenas maravillosas con una sutil pátina de fantasía... ¿No es suficiente? Pues entre todo eso se eleva una interesante reflexión sobre el precio que exige una utopía para mantener su, en apariencia, estado perfecto. Ya que oculta sus máculas en los recovecos más apartados.

miércoles, 4 de julio de 2012

Madera de héroe

Pasado un tiempo, Delibes
decidió quitar el número del
título. Ahora se edita sin él

La ilustración de la cubierta expone con claridad lo que le espera al que se adentre en la historia: un muchacho fagocitado por la época que le tocó vivir, la España inestable de 1936. Gervasio es alentado a ser un héroe desde pequeño, porque debido a un extraño fenómeno —se le erizan los cabellos de la cabeza al escuchar compases marciales—, su familia cree que Dios lo ha marcado para realizar grandes hazañas. La esperada oportunidad surge al desatarse «la gorda», y Gervasio se alistará en la marina, donde los compañeros le llamarán 337 A, el número asignado por el teniente. También es el mismo código que tuvo Delibes en la armada.

La guerra civil española es el decorado de una trama en la que prima la siguiente reflexión: ¿qué es un héroe? Gervasio elucubra sobre ello continuamente, haciendo preguntas a su familia primero, y a los amigos después, cuando deja la infancia a un lado. La búsqueda de la respuesta es necesaria, vital. ¿La hallará?

¿?
Creo que Delibes intentó hacer algo muy importante con esta novela: ofrecer un planteamiento maduro de nuestro pasado; hablar de él con justicia; retratar lo que se sentía por aquel entonces. Las atrocidades van de un sitio hacia otro cual pelota de tenis. El resentimiento crece. Y Gervasio, en medio del embrollo, se convence a sí mismo de que está en el lado correcto, porque su propio padre se mueve dentro del contrario, empecinado en mantener sus ideas.

En las páginas de Madera de héroe no hay proselitismo, sino un sano ejercicio de pensamiento. Podría haber sido —enfocado, por supuesto, de otra manera—, un ensayo filosófico; pero vestido de novela es más atractivo de cara al público. Sin embargo, no se vende tanto como otras del mismo autor, quizá porque es menos conocida. Carece de la fama de Diario de un cazador, o El hereje, por decir dos. Eso no quiere decir que esta novela sea inferior; es Delibes en estado puro, con sus defectos, virtudes y costumbres, como, verbigracia, introducir a un niño en el papel principal.

Esta cubierta será sosa, pero al menos
no es críptica... 
El libro se divide en tres partes. Cada una de ellas tiene una relevancia esencial, pero la más impactante es la última, porque se percibe cómo la visión romántica de la guerra deja paso a la realidad, y los acontecimientos se aceleran hasta desembocar en un final espléndido.

«La primera vez que el niño Gervasio García de la lastra experimentó aquellos extraños fenómenos, que los miembros más píos de la familia atribuyeron a causas sobrenaturales y el resto, más escépticos, a puros fenómenos físicos operando sobre una delicada sensibilidad, fue, según consta en los dietarios del coronel de caballería, ya fallecido, don Felipe Neri Luna (1981-1953), en la velada familiar del sábado 11 de febrero de 1927, aunque, conforme se desprende de esos mismos cuadernos, tres días antes ya se produjeron ciertos indicios, una vez que el pequeño irrumpió como un huracán en el gabinete de su abuelo materno don León de la Lastra, mientras éste merendaba su habitual chocolate con picatostes, y le preguntó a bocajarro: Papá León, ¿puedo ser un héroe sin morirme?».

¡Un momento! Me parece que ya he comprendido la segunda cubierta, de la editorial Destino. Se trata del paso a través de la dicotomía forzada por la maquinaria... Mejor me voy a jugar al Doom.

domingo, 1 de julio de 2012

Sobre las novelas que he escrito



Esta entrada está dirigida a aquellos que desean crear una buena obra literaria. Quizá mi experiencia les sirva de ayuda. No he recorrido mucho camino aún, pero di los suficientes pasos para poder detenerme, mirar atrás y reflexionar.  

La primera novela que escribí puede enmarcarse en el género de terror, era la época en la que devoraba las letras de Stephen King y Poe, principalmente. Nunca pensé en enviarla a alguna editorial, así que no me preocupé de corregirla. El único acicate que me llevó a escribir esas doscientas hojas fue mi propio entretenimiento. ¿Hacer aquello sirvió de algo? Sí, porque además de pasar un montón de tardes divertidas —algunos personajes eran reales, y no me caían demasiado bien—, descubrí que podía construir un libro, algo que entraña dificultad aun sin llegar a la fase de corrección; fase que sería complicada, pues por aquel entonces no tenía ordenador, así que usé el método más rudimentario: un bolígrafo barato. 

Todavía la guardo en uno de los cajones del escritorio, con sus cientos de frases mal construidas, faltas ortográficas y tachaduras. A veces la abro y observo la época funesta donde necesitaba una evasión si no quería ser derribado por... Dejémoslo en que a veces, como suele decirse, de lo malo sale algo bueno. Eso sí, espero que a nadie se le ocurra publicarlo a traición en un futuro lejano, porque es un texto pésimo. 

Aunque dejé de escribir durante bastantes años, siempre fui, incluso en los peores momentos, un lector. Noble hábito que tal vez me salvó de ciertos escollos. Con mi primer sueldo adquirí, al fin, un PC, y no tardé en interesarme de nuevo por la escritura. Había dejado atrás el terror y otro género llamó a mi puerta: la fantasía. Publiqué decenas de fanfics en foros, agradeciendo constantemente la ayuda desinteresada en forma de correcciones, las cuales me sirvieron de mucho. Esto me recuerda una gran frase: «Corrige al sabio y lo harás más sabio; corrige al necio y lo harás... tu enemigo». Por eso yo tengo cuidado a la hora de escoger a quién ayudo con sus relatos. Los mencionados fanfics, que narraban aventuras de los reinos olvidados, no satisfacían del todo mis ganas de contar historias; por lo tanto, decidí emprender otra vez el periplo de la novela larga. 

Ahora tenía ordenador, y las palabras aparecían en las páginas a toda velocidad. Teclas restallando, noches en vela, cafeína e ilusión. La ilusión de hacer lo que siempre quise desde la adolescencia.

Pero no fue suficiente.

El resultado fue un fruto de la inexperiencia: poca variedad de signos, divagaciones, argumento poco original —uno de los personajes era un sucedáneo de Gandalf, qué triste—, descripciones confusas... Ni siquiera usé el guión largo para los diálogos. Sin embargo, yo en ese momento no sabía si merecía la pena o no. Hice una prueba: enviarla a tres editoriales, sólo a tres, a ver qué pasa. Me contestó la segunda. El mensaje era sucinto, descuidado; mas bastó para dejarme las cosas claras: «Lo ssentimos, emos revisado su obra pero lo sentimos, su nobela no tiene suficiente caliddad». Por supuesto, no diré quién es el editor que escribió eso. Tened en cuenta que a pesar de las faltas, que denotan una escritura a vuelapluma, como si no quisiese perder ni un segundo conmigo, el tipo tenía razón: la novela era mala. No le di importancia, la guardé en un cajón y a por la siguiente. Además aprendí unas cuantas cosas.

La tercera novela, y la última que he escrito hasta ahora, es mucho mejor que las dos anteriores en todos los sentidos. La conclusión es obvia: la práctica hace al maestro. Aun así, no estoy seguro de que vaya a ser publicada. Es cierto que tiene buenos fragmentos, pero todavía falta algo. No importa el número de veces que se revise un manuscrito, porque si no se tienen los conocimientos necesarios, siempre quedarán elementos por pulir, como yo mismo he comprobado al abrir el archivo de mi último trabajo, y releer el primer capítulo. Hay que saber cuándo pasar página y continuar el camino. No os quedéis atascados.

Con todo, reconozco que mi moral se está resquebrajando poco a poco. Decía Bolaño: «Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura». Yo me conformaría con una señal, aunque fuese tenue, de que sigo la ruta correcta, de que hay alguien al otro lado; pero no dejo de vagar por la oscuridad, buscándola.