jueves, 24 de noviembre de 2011

1984

El ojo del Gran Hermano vigila tus
movimientos... y pensamientos
«Al ciudadano de Oceanía no se le permite saber nada de las otras dos ideologías, pero se le enseña a condenarlas como bárbaros insultos contra la moralidad y el sentido común. La verdad es que apenas pueden distinguirse las tres ideologías, y los sistemas sociales que ellas soportan son los mismos. En los tres existe la misma estructura piramidal, idéntica adoración a un jefe semidivino, la misma economía orientada hacia una guerra continua. De ahí que no sólo no puedan conquistarse mutuamente los tres superestados, sino que no tendrían ventaja alguna si lo consiguieran. Por el contrario, se ayudan mutuamente manteniéndose en pugna. Y los grupos dirigentes de las tres potencias saben y no saben, a la vez, lo que están haciendo. Dedican sus vidas a la conquista del mundo, pero están convencidos al mismo tiempo de que es absolutamente necesario que la guerra continúe eternamente sin ninguna victoria definitiva».

En la novela los ojos de los carteles
se mueven siguiendo al ciudadano que
pase cerca. Escalofriante, ¿verdad?
El planeta está dominado por tres facciones totalitarias, en ellas, se mantiene una vigilancia severa destinada a impedir cualquier vestigio de libertad individual. Como el partido cambia el pasado a su antojo, falsificándolo, la sociedad se ha anquilosado: no hay avances científicos, porque falta el conocimiento empírico necesario para ellos; tampoco se ven indicios de un posible cambio en otros aspectos, porque sólo así es posible la perpetuidad de la organización que gobierna mediante el terror. Quiénes la conforman no es relevante, porque podría ser cualquiera; el verdadero mal se halla en la propia idea del partido, forjada a través de los años con el único objetivo de mantenerse viva. Los humanos se adoctrinan nada más nacer para traicionar a sus propios padres, en ningún momento se les permite pensar por sí mismos, hacerlo es delito. Es el partido el que dicta qué debe ser odiado, exacerbando a la multitud a su antojo. La libertad es así encerrada en una prisión sin paredes desde el nacimiento.

La confianza es inexistente incluso
 en las familias
Esa quimera llamada Gran Hermano es en realidad la propia población, ya que se premia la denuncia de la perfidia, y la temible «policía del pensamiento» siempre está al acecho, dispuesta a sofocar al que dé problemas. Aquellos elementos que puedan incitar conductas deficientes, como la literatura o la música, son creados mediante máquinas que hacen obras inocuas. El lenguaje es devastado día a día compendiándose en un idioma recién creado: «neolengua».  Los hijos no son concebidos por amor, pues su finalidad es la de inmortalizar el sistema. Generaciones y generaciones de indigentes viviendo en una ilusión constante. Humo y espejos. «El que controla el pasado controla el futuro; el que controla el presente controla el pasado». La civilización que Orwell imaginó, está basada en el miedo y el odio, se nutre de ellos para vivir. Paz es guerra. Libertad es esclavitud. Ignorancia es fuerza. Esta novela, que se escribió en 1948, debe situarse en su contexto histórico, donde las guerras que buscaban imponer una ideología estaban aún frescas.

Si el autor de esta cubierta buscaba
transmitir languidez, lo consiguió
gracias, sobre todo, al color
Todavía hoy suelen buscarse similitudes entre lo que Orwell narró y la realidad actual con la intención de criticar al sistema. ¿Se dirige la humanidad en la dirección que marcó Orwell? Yo no lo sé, pero mucho de lo que denuncia en 1984 sí que puede suceder o está sucediendo desde hace tiempo, como, por ejemplo, las noticias tendenciosas que se dan en los medios de comunicación; entidades que gobiernan sirviéndose del odio ideológico —y se mantienen en el poder gracias a él—; autoritarismo capitalista; cambios ominosos en el lenguaje; espectáculos deplorables en los que prima la humillación; banalización progresiva de la violencia; desprecio al arte en todas sus facetas... Quizá todo eso denote el principio de una aproximación al universo orwelliano o no, sin embargo, ser positivo cuando se mira hacia el futuro resulta difícil aun siendo alguien que sólo contemple lo mejor del ser humano, porque la maquinaria que éste crea puede superarle con facilidad, lacerándole eficazmente y enterrándole para siempre en un apartado planeta del que nunca saldrá. Contemplad a la raza que se destruyó a sí misma.

«Yo no creo que el género de sociedad que describo vaya a suceder forzosamente, pero lo que sí creo (si se tiene en cuenta que el libro es una sátira) es que puede ocurrir algo parecido. También creo que las ideas totalitarias han echado raíces en los cerebros de los intelectuales en todas partes del mundo y he intentado llevar estas ideas hasta sus lógicas consecuencias». George Orwell

jueves, 17 de noviembre de 2011

The Elder Scrolls IV: Oblivion


A pesar de que en el juego se pueden
comprar caballos, yo no los usé mucho
porque su manejo es un poco incómodo
Ahora que la quinta parte de esta saga entusiasma a una enorme cantidad de jugadores afortunados, no he podido resistir la tentación de reinstalar la anterior, con la esperanza de que mi opinión desfavorable cambie. Oblivion fue un juego que me deslumbró durante los primeros días: gráficos geniales, música agradable, multitud de opciones, etcétera. Por si fuese poco, junto a los discos compactos había un mapa de regalo que mostraba una cantidad abrumadora de lugares explorables, tantos que al principio pensaba que la diversión duraría meses. Sin embargo,  no tardó en apoderarse de mí una vaga sensación de aburrimiento que se incrementó a medida que profundizaba en el juego, y al cabo de un par de semanas lo dejé. El porqué de ello es simple: a pesar de la libertad de acción, cada uno de los múltiples aspectos que se ofrecían eran someros y cortos; es decir, el proyecto cometió el error común de ser muy ambicioso, y en vez de centrarse en unas pocas posibilidades, haciéndolas así más atractivas, la atención de los programadores se diluyó en un vasto océano de ideas.

Los ogros son unos oponentes temibles,
pueden dejarte la armadura como un
papel de fumar
Nada más entrar en el mundo que ofrece Oblivion, el jugador debe decidir qué camino escoger entre básicamente tres: guerrero, mago o asesino/ladrón. Hay bastantes posibilidades más, pero al final la mayoría se decanta por lo más sencillo, que suele ser mezclar a un mago con un guerrero. Yo comencé con un guerrero puro, pero los combates resultaron ser tediosos: atacar y protegerse con el escudo; el mago tampoco era complejo: invocar una criatura y lanzar bolas de fuego. Así una y otra vez mientras se recorren las mazmorras repetitivas, pues aunque hay muchas, casi todas se parecen: vistas unas ruinas élficas, vistas todas. Por suerte, existe una opción mucho más entretenida: ser asesino/ladrón. Las misiones de ambos gremios —la hermandad oscura y la banda del zorro gris— son, en su mayoría, más divertidas y variadas, porque hay infiltraciones, falacias, emboscadas... y hasta tienen algunos giros argumentales inesperados. El problema es que no duran mucho, yo sólo jugué una hora diaria y bastó para que las concluyese en poco tiempo. Después lo único que queda es una estatua que te dice quién debe morir una vez a la semana —no tienes que matarlo tú, sino otro—, y una guarida de ladrones paupérrima.

La variedad de enemigos es aceptable, aun
así, dejan de sorprender tras varios días de
juego. Faltan más criaturas únicas

A eso hay que sumarle que tanto el acto de robar, como el de matar, pueden resultar cargantes cuando la historia se termina; así que no queda más remedio que seguir el hilo principal u otros en los que ser un villano no será posible. Existen mods —programas que modifican el juego— que corrigen estos defectos, sin embargo, muchos de ellos no lo hacen de una manera que sea lo suficientemente satisfactoria para eliminar ese deje a tedio que recorre cada rincón; el cual es agravado por un sistema nefasto para subir niveles, ya que los enemigos se ajustan al tuyo, generando que no sea posible hallar al clásico monstruo que sea capaz de derribarte de un golpe, quitándole así mucha emoción a la aventura. Subir niveles es algo opcional, se podría terminar el juego con nivel uno sin problemas, la única traba vendría a la hora de conseguir algunos objetos relevantes que no son imprescindibles. Oblivion puede dar muchas horas de juego a jugadores poco exigentes, también a los que no tengan reparos con los Mods; empero, existe un amplio grupo de personas que, con razón, han quedado defraudadas, y colocan a Morrowind, el anterior de la saga, por encima de éste.

Un mapeado amplio y casi exánime
Imagino que en la quinta parte, Skyrim, habrán pulido más el diamante en bruto que era Oblivion; un juego que, para mí, se ha quedado a las puertas de ser una obra maestra del género. Además, cuenta con un considerable número de bugs —errores— que entorpecen la experiencia. En mi partida, por ejemplo, no pude luchar en la arena de gladiadores: un tipo me decía que debía prepararme, que todo estaba listo, y mi oponente no aparecía. Era extraño, porque en otras ocasiones nunca me había pasado; imagino que mi reputación infame asustaría a los rivales... La mejor parte del juego, es cuando se viaja campo a través, y de repente suena la angustiosa música de batalla: un enemigo se acerca. El personaje se prepara enarbolando sus mejores armas, preparado para lo peor, un ogro, quizá un minotauro con los ojos inyectados en sangre... Pero no, lo que sale a nuestro encuentro es un temible cangrejo; al menor descuido puede usar sus pinzas y triturar nuestros pantalones.

domingo, 13 de noviembre de 2011

El libro de las ilusiones


El libro de las ilusiones comienza presentándonos a David Zimmer, un escritor atormentado por la muerte de su esposa e hijos en un accidente de aviación. Poco a poco irá adentrándose en el abismo del alcohol y sesgará los estrechos lazos que le unían a sus amistades, aislándose en una casa remota; sin embargo, en medio de su desgracia descubre algo que consigue hacerle sonreír de nuevo: una comedia muda de Hector Mann. A partir de ese momento, decide escribir un libro sobre ese enigmático actor que desapareció sin dejar rastro al concluir sus últimas películas.

Cuando se habla de un libro de Auster, suelen mencionarse «las cajas chinas» como una analogía de la estructura, porque al autor le gusta introducir historias dentro de otras. Lo hace de una manera tan natural, que el lector puede que ni siquiera se percate de ello hasta pasadas unas cuantas páginas. Eso es reforzado con una prosa ágil que no usa guiones para los diálogos y se aleja de florituras superfluas; gracias a ella, los diferentes hilos narrativos pasan velozmente, entremezclándose a la perfección al tiempo que profundizan en las vidas de los personajes.

La novela es sencilla, aunque con un alto contenido adulto. Sin duda el nombre que más brilla es el de Hector, porque entre las descripciones de sus películas cargadas de referencias personales, la fama que derivó de éstas, y lo que aconteció después... podría decirse que se trata del motor que hace funcionar el engranaje de la trama. La cual cuenta con algunas sorpresas que, desde mi punto de vista, son predecibles a pesar de los esfuerzos de Auster por presentarlas inopinadamente. Un detalle sin importancia, porque el verdadero atractivo que incita a continuar reside en descubrir qué le pasó a Hector tras escabullirse.

No es lo que más me ha gustado de Auster, ya que prefiero La trilogía de Nueva York, y algunas partes me resultaron monótonas; no obstante, considero que El libro de las ilusiones es una novela notable que pocos se arrepentirán de adquirir. Dos hombres separados por el espacio y el tiempo: dos desconocidos que sufren por una tragedia que trocó sus vidas; aun así, se salvan mutuamente desde las primeras páginas, gracias a una sencilla sonrisa capaz de devolver las ganas de vivir, y a una admiración fuera de toda duda plasmada en la biografía de Hector Mann.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Pasado y futuro


La realidad que nos rodea puede verse de diferentes maneras según quién seamos o en qué situación estemos: el enfermo puede hallarse en el centro de un torbellino que arrastra a los suyos hacia la desazón; el filósofo no dejará de cuestionar la enorme estructura que hemos creado; el pesimista sólo verá la parte más oscura de la humanidad... Pero aun contemplando la vida desde varios colores, suele aceptarse tal y como es, porque la mayoría, al llegar a la edad adulta, se habitúa; deja de sorprenderse ante lo que ve, de juzgar.

Paseaba cerca de un parque en obras, cuando una chica pasó cerca de mí; iba en bicicleta mientras charlaba por un móvil. El aparato parecía una extensión de su cuerpo, y lo usaba sin emoción, mecánicamente. En mis tiempos, lo más parecido que tenía yo a eso era un Walkie Talkie antediluviano, le faltaba su pareja; pero me lo pasaba en grande con él, porque podía captar conversaciones ajenas, algunas de las cuales fueron sorprendentes. Sin embargo, el tiempo pasa, y lo que antaño era de una calidad superior, es hoy rudimentario; y así seguirá hasta llegar a parajes que ahora sólo podemos imaginar, todo en medio de un entorno cada vez más tecnológico y envolvente. A simple vista no parece un desastre, sino todo lo contrario: es la evolución de una sociedad que todavía es un niño aprendiendo a madurar. A pesar de ello, pienso que la humanidad podría perder el rumbo si se olvida de sus orígenes, de los primeros peldaños que el logos ha ido colocando hasta hoy.

Recuerdo las numerosas historias que escribí en la adolescencia, en aquella época, mi profesor de lengua y literatura me pedía relatos para la revista del instituto; era un buen tipo: me dejaba leer a Poe en clase, ¿qué más se puede pedir? Un día se me acercó para informarme de que la revista estaba a punto de hacerse, y me puse manos a la obra. Pensé en un futuro utópico, donde los avances científicos le habían dado a la humanidad todo aquello con lo que soñó desde los albores: viajes espaciales, teletransportes, traductores de idiomas insertados en el cerebro...

El protagonista era el dueño de una poderosa corporación, encargada de fabricar libros electrónicos, porque en ese futuro el papel era un anacronismo. Viajaba en una nave de clase superior, no muy grande, lo suficiente para albergar a unos pocos pasajeros. Acompañado sólo de un piloto, se dirigía a un planeta cosmopolita y moderno; allí debía dirimir un trato importante que se produjo por error, debido a la incompetencia de un empleado que ya se encontraba en la calle. Pero algo salió mal, y la nave terminó perdida en medio de un pequeño planeta deshabitado. Como el piloto murió durante el aterrizaje de emergencia, nuestro hombre tuvo que sobrevivir por sí mismo. Durante los primeros meses no le resultó difícil, porque las reservas de la nave estaban intactas; por tanto, disponía de comida, aseo e incluso lectura: varios libros electrónicos.

No era un estúpido, así que mientras tenía esas facilidades que le brindaba la nave, aprovechó para conocer el entorno y determinar qué lugares le servirían para conseguir sustento cuando le faltase. Sabía que el rescate, en caso de producirse, tardaría bastante, ya que el número de planetas aptos para la raza humana en la zona era elevado. Lejos de preocuparse, se encontraba exultante; por primera vez en muchos años volvía a estar en calma, sin nadie que le importunase. Además, la lectura le apasionaba, y sus libros electrónicos reunían un buen trozo de la mejor literatura universal. Leía a menudo Robinson Crusoe, y se compadecía de él, que solamente pudo rescatar del barco unos pocos libros de papel arcaicos.

Sin embargo, el severo hombre de negocios se olvidó de algo esencial, un detalle importante. Quizá debido a que en la tierra ya no existía ese problema: la energía que insuflaba vida a esos neolibros también era limitada.

No publicaron el relato, porque era demasiado extenso, y me vi obligado a empezar desde cero otra historia. Aún lo conservo, escrito con bolígrafo en un folio que se va marchitando cada vez más, igual que nosotros.